Desde que los aliados entraran en Berlín allá por 1945 y el mundo descubriera los horrores del nazismo, los Estados, que no hicieron nada a pesar de las advertencias, han cargado con una especie de deuda moral que convierte a Israel en intocalable, haga lo que haga y con quien lo haga. Ya cuando llegó el momento de darles un estado, poco importó que la tierra estuviera ocupada. Ver a los supervivientes del holocausto pululando por Europa como Juan Sin Patria era inaceptable y si para ello había que derramar sangre, esta vez sería árabe. Hasta cuatro veces más ha crecido desde entonces la superficie del país, gracias a las ocupaciones ilegales del territorio y por encima de millones de palestinos asesinados, con el consentimiento de las grandes potencias occidentales, que prefieren mirar para otro lado por miedo a la acusación de antisemitismo. Precisamente, el odio milenario al pueblo judió que todavía hoy enferma la mente de algunos, se ha convertido en el escudo que permite a Israel violar el derecho internacional y romper los acuerdos de paz que firma sonriente ante las cámaras, para después manchar de sangre. Lo último ha sido el ataque indiscriminado contra un grupo de cooperantes; lo penúltimo, la invasióin de Gaza en 2009, donde aproximadamente 1400 palestinos inocentes fueron asesinados.
Israel se siente tan intocable que ha matado a nueve cooperantes pacíficos y desarmados en agus internacionales y sus vidas apenas valen una condena verbal con el verbo bajo. En la fragata iban tres activistas españoles que afortunadamente han conseguido salir ilesos, y aunque la responsabilidad del Gobierno español es evidente, los antecedentes hacen pensar que las explicaciones del embajador en Madrid serán más que suficientes.
La actitud beligarante y el estado de sitio que Israel mantiene en la franja de Gaza desde hace décadas, es el caldo de cultivo idóneo que engrosa cada día las filas de Hamás de decenas de jóvenes con ganas de alcanzar el paraíso prometido y dejar de una vez vez el infierno. Mientras que Israel destruye, Hamas construye hospitales, colegios y casas, proporciona alimentos y dinero y sobre todo, la esparanza del cambio. Si en lugar de invertir en muerte, Israel utilizara su poderío económico en mejorar las condiciones de vida en la Franja y favorecer la reconciliacióne entre los dos pueblos, los palestinos ya no tendrían objetivo por el que inmolarse.
La actitud beligarante y el estado de sitio que Israel mantiene en la franja de Gaza desde hace décadas, es el caldo de cultivo idóneo que engrosa cada día las filas de Hamás de decenas de jóvenes con ganas de alcanzar el paraíso prometido y dejar de una vez vez el infierno. Mientras que Israel destruye, Hamas construye hospitales, colegios y casas, proporciona alimentos y dinero y sobre todo, la esparanza del cambio. Si en lugar de invertir en muerte, Israel utilizara su poderío económico en mejorar las condiciones de vida en la Franja y favorecer la reconciliacióne entre los dos pueblos, los palestinos ya no tendrían objetivo por el que inmolarse.
El papel moderador de EE.UU, que se autoproclamó único y legítimo, lejos de favorecer la pacificación del conflicto, ha contribuido a su endurecimiento, trabajando activamente en favor de una de las partes y financiando su política del terror contra la otra.
Un conflicto tan enraizado como este, donde se ha peleado con espadas y también con armas de destrucción masiva, no necesita de la hipocresía imperialista para ser resuelto. En esta zona del planeta, desde que el mundo es mundo, las religiones se han matado en nombre de los dioses y aunque en el horizonte todavía no se ve esperanza, quizás algún día judíos y palestinos sean capaces de mirar más allá de las ataduras de las sagradas escrituras y encontrar al fin la paz.
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