En España, todo lo que sucede en Cuba tiene una especial repercusión, por los motivos evidentes ya conocidos y por la numerosa presencia de los autollamados "disidentes" cubanos, que con el apoyo de los sectores más duros de la derecha mediática española, han conseguido año tras año alzar la voz hasta el chillido. La prueba más reciente y más ruidosa ha sido la muerte de Orlando Zapata, uno de los autollamados, que decidió dejar de comer de forma voluntaria hasta perder la vida por una causa que, dependiendo de las circunstancias, puede ser noble o alta traición. Y esta última es la más habitual en Cuba.
Nadie sabe casi nada de Orlando Zapata, a nadie le importaba, ni siquiera a la mayoría de los que hoy todavía derraman lágrimas por él, porque Orlando no era un intelectual de renombre, era un don nadie que ha dejado un apatecible cadáver. A nadie le importaba porque cuando se habla de disidencia cubana no conviene escarbar demasiado. Es habitual y a la historia me remito desde Posada Carriles hasta José Basulto, pasando por Miami, encontrar a un señor de Washington "abatistado" en el fondo del hoyo. Y en el caso de Zapata no hay elementos objetivos que demuestran lo contrario. Lo único palpable es un largo historial delictivo que incluye asalto con arma blanca y exhibicionismo, que antes de disidente le convirtieron, como dijo Willy Toledo, en un "delincuente común". Pero Cuba es una dictadura y su justicia parte de ella y como tal injusta, dirán algunos, así que quizás Orlando era un verdadero disidente que perdió la vida por una causa noble y el Gobierno cubano debería "haber hecho algo más para salvarle", como también dijo Toledo, que además condenó de forma tajante el fallecimiento, aunque a nadie le importe al tratarse de un actorucho titiritero de mierda. Y es que para muchos de los que piden libertad, la libertad consiste en el derecho en cagarme en tu puta madre.
Pero bien es cierto que en Cuba no faltan causas nobles por las que luchar, porque en Cuba no existe la libertad "occidental", esa que otorga al ciudadano el derecho soberano de elegir a sus ladrones, y quizás Zapata era un idealista que creía posible la utopía de una Cuba libre, pero no puta. Sea como fuere, delincuente o disidente, su fallecimiento es responsabilidad de las autoridades cubanas, que han permitido el suicidio de una persona bajo su tutela y por tanto, su responsabilidad. Porque los presos son responsabilidad del Estado que decide privarles de su libertad y esto es válido para Zapata pero también para De Juana Chaos, al que muchos le deseaban con una sonrisa en la cara el mismo trágico final por el hoy derraman lágrimas cubanas.
Por el momento la muerte de Zapata sólo ha servido para que algún ilustre pseudointelectual cubano afincado en España, utilice la libertad que dice añorar en Cuba para responsabilizar a Zapatero de lo sucedido, pero seguro resultaría más efectivo secarse las lágrimas de cocodrilo y exigir al gobierno norteamericano el fin de una política opresora que dura ya más de cuarenta años y que posterga día tras día el sueño de una Cuba plenamente democrática.
Nadie sabe casi nada de Orlando Zapata, a nadie le importaba, ni siquiera a la mayoría de los que hoy todavía derraman lágrimas por él, porque Orlando no era un intelectual de renombre, era un don nadie que ha dejado un apatecible cadáver. A nadie le importaba porque cuando se habla de disidencia cubana no conviene escarbar demasiado. Es habitual y a la historia me remito desde Posada Carriles hasta José Basulto, pasando por Miami, encontrar a un señor de Washington "abatistado" en el fondo del hoyo. Y en el caso de Zapata no hay elementos objetivos que demuestran lo contrario. Lo único palpable es un largo historial delictivo que incluye asalto con arma blanca y exhibicionismo, que antes de disidente le convirtieron, como dijo Willy Toledo, en un "delincuente común". Pero Cuba es una dictadura y su justicia parte de ella y como tal injusta, dirán algunos, así que quizás Orlando era un verdadero disidente que perdió la vida por una causa noble y el Gobierno cubano debería "haber hecho algo más para salvarle", como también dijo Toledo, que además condenó de forma tajante el fallecimiento, aunque a nadie le importe al tratarse de un actorucho titiritero de mierda. Y es que para muchos de los que piden libertad, la libertad consiste en el derecho en cagarme en tu puta madre.
Pero bien es cierto que en Cuba no faltan causas nobles por las que luchar, porque en Cuba no existe la libertad "occidental", esa que otorga al ciudadano el derecho soberano de elegir a sus ladrones, y quizás Zapata era un idealista que creía posible la utopía de una Cuba libre, pero no puta. Sea como fuere, delincuente o disidente, su fallecimiento es responsabilidad de las autoridades cubanas, que han permitido el suicidio de una persona bajo su tutela y por tanto, su responsabilidad. Porque los presos son responsabilidad del Estado que decide privarles de su libertad y esto es válido para Zapata pero también para De Juana Chaos, al que muchos le deseaban con una sonrisa en la cara el mismo trágico final por el hoy derraman lágrimas cubanas.
Por el momento la muerte de Zapata sólo ha servido para que algún ilustre pseudointelectual cubano afincado en España, utilice la libertad que dice añorar en Cuba para responsabilizar a Zapatero de lo sucedido, pero seguro resultaría más efectivo secarse las lágrimas de cocodrilo y exigir al gobierno norteamericano el fin de una política opresora que dura ya más de cuarenta años y que posterga día tras día el sueño de una Cuba plenamente democrática.
2 comentarios:
La libertad no es occidental, es libertad a secas, como el socialismo es socialismo a secas y en Cuba no hay una democracia popular, lo que hay es un Dictadura familiar y para colmo los cubanos lleván décadas pasando miserias. Desde la izquierda no se puede permitir esto, en ningún caso hay excusas contra los Derechos Humanos, ni en Cuba, ni en China, ni en España, ni donde sea.
Ya sabemos lo que hace EE.UU con los países "democráticos" de América Latina. En Cuba no hay democracia porque hay un enemigo al acecho, que impide el normal desarrollo de los acontecimientos
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