Declaro mis intenciones pacíficas con el gremio a pesar de tener la mitad de la cartelera mal grabada en el ordenador, con el sarpullido que la "mula" le provoca a más de un artista. Ayer fue la fiesta del cine con ñ y como no me apunto a los linchamientos mediáticos, ni haría pagar nunca a mil justos por diez pecadores, me sumé a la celebración desde el sofá por una de las mejores cosechas cinematográficas, después de años tragando vino peleón.
Aunque algunos decían que era cosa de yankees y la tardanza empezaba a darles la razón, al final parece que aquí también había talento. Al descubrimiento ha contribuido la jubilación de algún ilustre cineasta abonado al aburrimiento dramático de posguerra, pero de pelo blanco, con la inmunidad que las canas tienen en el cine, y el trabajo renovador de Alex de la Iglesia. Ayer, el presidente de la Academia empezaba el discurso exigiendo humildad a un colectivo amante de "mirarse el ombligo", transformando el tradicional mensaje autocomplaciente, tan del gusto de sus predecesores, en una arenga presidencial a propios y ajenos a la profesión, por un bien común, que debería ser el de nuestro cine.
Las buenas nuevas se extienden al maestro de ceremonias y es que Andreu Buenafuente consiguió despertarnos del aburrimiento general de estas cosas, con una gala sin la pomposidad de otros años, a base de comedia de cómico (muy en desuso) el estilo particular de El Terrat. Como dijo "la Sardá", "la clave es aparecer poco", y Buenafuente estuvo breve pero intenso, como casi todo lo bueno en la vida.
Y no me olvido por supuesto de los verdaderos protagonistas: los trabajadores del cine; desde el obrero hasta Penélope y Bardem, Mateo Gil, Amenábar, Lola Dueñas o Luis Tosar, personajes ayer convertidos en personas que nos han hecho comprender el amor imposible, sentir el aliento de "malamadre" en el cogote o pegar los abrazos rotos que Almodóvar y la Academia ya no tienen pendientes.
Un año de cine para el recuerdo que debería servir para acabar con los viejos fantasmas de una industria demasiado acostumbrada a buscar culpables ajenos a su propio fracaso, pero que ahora, con la cartera más llena que nunca, esperemos hayan comprendido que aquí la calidad también atrae espectadores. ¡Que viva el cine!.
Foto: ELPAÍS.com
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