Pongo la tele y ahí que veo a John Lennon mirando fijamente a cámara y divagando sobre la vida. Me quedo embobado con ese magnetismo tan especial que treinta años después de su muerte sigue cautivando a millones de jóvenes en todo el mundo y espero con emoción la siguiente palabra. De repente, como una bofetada en la cara, un coche francés asesina mi pupila mientras descubro que todo es un burdo engaño publicitario. Efectivamente aquel tipo de aura especial es John Lennon y aquellas sus palabras, pero la multinacional Citröen ha profanado su recuerdo sin pedir permiso a los que le recuerdan, con la intención de vender un coche. Aquellos que se apoderan y distorsionan la imagen de personalidades históricas para agrandarse el bolsillo, deberían saber que Lennon o Marilyn Monroe son parte del recuerdo colectivo de toda una cultura, más alla de las fronteresa, y que su profanación es un ataque imperdonable a nuestra memoria.
Ya sabía que aquellos tiempos de encierros en cama quedaban lejos. Los años pesan y los ideales no dan dinero, pero si Yoko Ono ha tolerado esto, entiendo perfectamente que Paul McCarteny estuviera deseando pegarle una patada en el culo. Y ojalá lo hubiera hecho.