05 mayo 2010

Mudando la piel



Aquellos que se niegan a evolucionar siempre encuentran en la tradición el motivo para no hacerlo. Pero la mayoría hemos sido capaces de amoldar nuestros hábitos y costumbres sociales al tiempo en que vivimos y a la sociedad que decidimos ser cada día. Así, muchas de los festejos que hace años eran tradiciones inamovibles, o bien han desaparecido con los años o han evolucionado hacia formas aceptadas por la mayoría. Sin embargo hay algunas que por su especial significado soportan las embestidas de los años. Para algunos son parte inexorable de nuestra identidad como pueblo y para otros un vestigio desagradable del pasado que convendría extingir. En pocas ocasiones he sido incapaz de posicionarme claramente en un lado del debate y esta es una de ellas.
Respiro tranquilo al ver a José Tomás saliendo del hospital después de arrimarse demasiado al toro. No es la primera vez que le ha visto los pelos a la muerte, pero ha vuelto a burlarla y ahora tiene otro recuerdo del que presumir grabado a fuego en la piel. Las cornadas si no matan alimentan las ganas del torero de regresar a la arena y yo mientras tanto, cuento los días para volver a contemplar su capote dibujar al toro en el albero. En las fincas de Extremadura o Andalucía espera paciente disfrutando de su condición de venerado, el próximo toro que le citará de nuevo con la muerte.
Me estremezco ante una espada atravesando la piel. Y no me vengan con eso de que no siente, porque el dolor de la carne atravesada es universal y no entiende de especies. Aparto la mirada cuando el matador apura su trabajo con el estoque y la sangre mana a chorros por la boca del animal. No logro entender esa extraña celebración de la muerte que culmina con el matador eufórico portando los miembros amputados del animal, mientras que los ojos morbosos del mira, impasible ante el dolor, aplaude eufórico el asesinato pensando ya en el siguiente.

En el coso hay placer y dolor, arte y muerte y también respeto y vulneración. Tradición y aberración, pañuelos blancos en las gradas y abucheos fuera de ella. La piel de toro continúa siendo para algunos la suya propia, pero cada vez son más los que desean arrancársela hartos de la sangre y el olor a muerte.
La prohibición de las corridas de toros que ha encontrado en el Parlamento de Cataluña un punto de partida, seguro nos convertirá en una sociedad mejor, pero y con todas las contradicciones expuestas, no será con mi apoyo.

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