31 mayo 2010

Los intocables



Desde que los aliados entraran en Berlín allá por 1945 y el mundo descubriera los horrores del nazismo, los Estados, que no hicieron nada a pesar de las advertencias, han cargado con una especie de deuda moral que convierte a Israel en intocalable, haga lo que haga y con quien lo haga. Ya cuando llegó el momento de darles un estado, poco importó que la tierra estuviera ocupada. Ver a los supervivientes del holocausto pululando por Europa como Juan Sin Patria era inaceptable y si para ello había que derramar sangre, esta vez sería árabe. Hasta cuatro veces más ha crecido desde entonces la superficie del país, gracias a las ocupaciones ilegales del territorio y por encima de millones de palestinos asesinados, con el consentimiento de las grandes potencias occidentales, que prefieren mirar para otro lado por miedo a la acusación de antisemitismo. Precisamente, el odio milenario al pueblo judió que todavía hoy enferma la mente de algunos, se ha convertido en el escudo que permite a Israel violar el derecho internacional y romper los acuerdos de paz que firma sonriente ante las cámaras, para después manchar de sangre. Lo último ha sido el ataque indiscriminado contra un grupo de cooperantes; lo penúltimo, la invasióin de Gaza en 2009, donde aproximadamente 1400 palestinos inocentes fueron asesinados.

Israel se siente tan intocable que ha matado a nueve cooperantes pacíficos y desarmados en agus internacionales y sus vidas apenas valen una condena verbal con el verbo bajo. En la fragata iban tres activistas españoles que afortunadamente han conseguido salir ilesos, y aunque la responsabilidad del Gobierno español es evidente, los antecedentes hacen pensar que las explicaciones del embajador en Madrid serán más que suficientes.
La actitud beligarante y el estado de sitio que Israel mantiene en la franja de Gaza desde hace décadas, es el caldo de cultivo idóneo que engrosa cada día las filas de Hamás de decenas de jóvenes con ganas de alcanzar el paraíso prometido y dejar de una vez vez el infierno. Mientras que Israel destruye, Hamas construye hospitales, colegios y casas, proporciona alimentos y dinero y sobre todo, la esparanza del cambio. Si en lugar de invertir en muerte, Israel utilizara su poderío económico en mejorar las condiciones de vida en la Franja y favorecer la reconciliacióne entre los dos pueblos, los palestinos ya no tendrían objetivo por el que inmolarse.

El papel moderador de EE.UU, que se autoproclamó único y legítimo, lejos de favorecer la pacificación del conflicto, ha contribuido a su endurecimiento, trabajando activamente en favor de una de las partes y financiando su política del terror contra la otra.

Un conflicto tan enraizado como este, donde se ha peleado con espadas y también con armas de destrucción masiva, no necesita de la hipocresía imperialista para ser resuelto. En esta zona del planeta, desde que el mundo es mundo, las religiones se han matado en nombre de los dioses y aunque en el horizonte todavía no se ve esperanza, quizás algún día judíos y palestinos sean capaces de mirar más allá de las ataduras de las sagradas escrituras y encontrar al fin la paz.

28 mayo 2010

¡A jugar!

Hoy es el Día Mundial del Juego. Según los expertos, jugar es una actividad indispensable para el desarrollo de cualquier niño, pero eso desgraciadamente no lo convierte en un derecho. En muchos lugares del mundo, millones de niños sólo tienen la alternativa de jugar a ser mayores.


Una niña jugando a ser mamá en las calles de Brasil






Un niño jugando a ser minero en Colombia





Una niña jugando a los médicos en Haití





Un niño jugando a los granjeros en Nairobi








Un niño jugando a ser refugiado en Camboya







Un niño jugando a la guerra en Uganda




Unos niños jugando a ser basureros en Filipinas

25 mayo 2010

Adiós Mufasa.



El 5 de junio de 2005, un domingo de resaca en un mugriento piso de estudiantes de un pueblo de Madrid, vi, sin demasiadas espectativas, el primer capítulo de Lost (nada de Perdidos). Afortunadamante, TVE maltrató desde el principio el formato, y digo afortunadamente porque aquello me obligó a la versión original subtitulada y me alejó para siempre del esperpéntico doblaje. Cuatro años, once meses y diecinueve días después, en un piso de soltero medianamente decente de Gijón, he visto el último capítulo de lo que es a partir de ahora historia de la televisión y de la buena. Lost ha sido durante todo este tiempo un elemento más en mi vida, seguramente banal, pero tan importante como para dedicarle cada semana 45 minutos de una vida en un mundo que no para.

No me acuerdo del humo negro ni tampoco de Jacob y ni siquiera de la isla. Recuerdo a Jack y a Kate y la cara de Jack cuando vió a a Kate con Sawyer. Y a Hugo besando a Pam. Cuando jugaron al golf y se olvidaron por un instante de todo. Y a Charlie despidiendose de Claire antes de morir por ella. Me acuerdo de Lock gritando, "no me digas lo que no puedo hacer" y a Desmond corriendo por la isla. A Sawyer intentando salvar a Julliet antes de que la bomba me hiciera gritarte "noooooooo" a la televisión. Y a Jim aprendiendo a hablar inglés y a Sun buscándole sin descanso.
Uno de mis personajes favoritas era Eko y de él casi nadie se acuerda. Sayid ha torturado buscado y amado a la misma mujer y también me acuerdo de ella, Nadia.
Ahora que todo ha terminado, recuerdo a los amigos con los que he disfrutado de cada capítulo, siempre en compáñia. Todas las semanas que creíamos haber resuelto el misterio y los maratones de ocho horas repasando capítulos anteriores. Y recuerdo aquella vez que gritamos como gorilas en celo cuando Sawyer por fin le quitó la camiseta a Kate en la jaula.
Cuando tenía siete años fui con mis padres al cine a ver el Rey León y al finalizar había vivido uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Hace tan sólo unas horas que he terminado de ver Lost y ni siquiera me acuerdo del final, porque las lágrimas me han empañado los ojos al ver de nuevo morir a Mufasa.

13 mayo 2010

Las ratas del exilio



No se pueden quejar las ratas del trato recibido en democracia. Mientras que en otros lares se optó por erradicar la plaga y ya no tienen de que preocuparse, en España, 35 años después de la muerte de la rata más grande de todas, sus crías siguen mordisqueando el estado de derecho como antaño, al más puro estilo franquista. En el empeño de mirar hacia otro lado, se nos ha olvidado tirar la basura y la mierda ya sube por las paredes y empieza a amenazar el techo. Ahora, además, con la ayuda de un sistema todavía en blanco y negro, y la connivencia de un grupo de jueces revanchistas, las ratas han salido de las cloacas para mandar al exilio al único juez que en tres décadas de democracia ha tenido las agallas de mentarles al papá. Garzón se marcha allí donde le quieren, donde la justicia no contempla leyes de amnistía, ni los crímenes se perdonan por el "bien general". Y con él se va una parte de nuestro rédito democrático, que tanto esfuerzo ha llevado conseguir. Paradójicamente el día que se muere Antonio Ozores, renace la España de metro sesenta que se queda embobada mirando a las suecas en la playa.

Al menos, en el horizonte del exilio queda la justicia internacional, que le ha tendido la mano al juez que les dio renombre con el caso Pinochet, y la posibilidad de ocupar dentro de unos meses la Fiscalía General de La Haya. Desde allí, puede que algún día vuelve a verse las caras con el franquismo y para entonces las ratas ya no podrán seguir mordiendo.

05 mayo 2010

Mudando la piel



Aquellos que se niegan a evolucionar siempre encuentran en la tradición el motivo para no hacerlo. Pero la mayoría hemos sido capaces de amoldar nuestros hábitos y costumbres sociales al tiempo en que vivimos y a la sociedad que decidimos ser cada día. Así, muchas de los festejos que hace años eran tradiciones inamovibles, o bien han desaparecido con los años o han evolucionado hacia formas aceptadas por la mayoría. Sin embargo hay algunas que por su especial significado soportan las embestidas de los años. Para algunos son parte inexorable de nuestra identidad como pueblo y para otros un vestigio desagradable del pasado que convendría extingir. En pocas ocasiones he sido incapaz de posicionarme claramente en un lado del debate y esta es una de ellas.
Respiro tranquilo al ver a José Tomás saliendo del hospital después de arrimarse demasiado al toro. No es la primera vez que le ha visto los pelos a la muerte, pero ha vuelto a burlarla y ahora tiene otro recuerdo del que presumir grabado a fuego en la piel. Las cornadas si no matan alimentan las ganas del torero de regresar a la arena y yo mientras tanto, cuento los días para volver a contemplar su capote dibujar al toro en el albero. En las fincas de Extremadura o Andalucía espera paciente disfrutando de su condición de venerado, el próximo toro que le citará de nuevo con la muerte.
Me estremezco ante una espada atravesando la piel. Y no me vengan con eso de que no siente, porque el dolor de la carne atravesada es universal y no entiende de especies. Aparto la mirada cuando el matador apura su trabajo con el estoque y la sangre mana a chorros por la boca del animal. No logro entender esa extraña celebración de la muerte que culmina con el matador eufórico portando los miembros amputados del animal, mientras que los ojos morbosos del mira, impasible ante el dolor, aplaude eufórico el asesinato pensando ya en el siguiente.

En el coso hay placer y dolor, arte y muerte y también respeto y vulneración. Tradición y aberración, pañuelos blancos en las gradas y abucheos fuera de ella. La piel de toro continúa siendo para algunos la suya propia, pero cada vez son más los que desean arrancársela hartos de la sangre y el olor a muerte.
La prohibición de las corridas de toros que ha encontrado en el Parlamento de Cataluña un punto de partida, seguro nos convertirá en una sociedad mejor, pero y con todas las contradicciones expuestas, no será con mi apoyo.