11 febrero 2010

Vendetta



La madurez democrática de un país se demuestra en las actuaciones de los organismos que conforman la democracia. La intención de dar cobijo jurídico a la demanda presentada contra el juez Garzón por su atrevimiento con Franco, es una señal reveladora de una pubertad prolongada en la cuarentona España democrática, que puede ser difícil de entender en el presidente rotatorio de la Unión Europea. En los grandes países del continente, donde las dictaduras son estigmas del pasado ante los que sólo queda el rechazo, la decisión que previsiblemente sentará a Garzón en el banquillo de los acusados, puede, como ya advitiera su abogado, crear recelo entre los socios comunitarios que tienen mayor aprecio por la conocida polivalencia jurídica del magistrado. El despropósito, además, crea un peligroso precedente que aleja a futuros jueces de una causa de cuya buena resolución, algunos pensamos, depende la salud democrática del país. De nada sirve convocar elecciones cada cuatro años si aquellos que se erigen en salvaguardias del sistema utilizan el sistema para satisfacer los delirios totalitarios de los grandes enemigos de la democracia. Todo el clima que se ha generado en torno a la profesionalidad de Garzón es ya de por sí una victoria para el grupo de organizaciones ultraderechistas que impulsaron la denuncia por el atrevimiento de mentarles al papá y que además se han ganado unas cuantas portadas en un momento de crisis donde el discurso agresivo suena apatecible para una muchedumbre desesperada. Pero el verdadero triunfo es el de un sistema corrupto que se está cobrando su particular vendetta contra un hombre, que lejos de procesarle devoción, ha golpeado a partes iguales a las sanguijuelas del Estado, independientemente del color, ganándose con ello muchos y variopintos enemigos desde Génova hasta Euskal Herria que hoy brindan con champán.
Dentro de unas semanas, entre parado y parado, los informativos mostrarán al mundo la imagen de un juez de un país democrático siendo juzgado por investigar los crímenes de una dictadura y España estará ante su propio reflejo y ya sólo quedará arrepentirse.

Viñeta: Manuel Fontdevilla

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