25 noviembre 2009

Día Internacional contra la Violencia de Género



En este mundo de desiquilibrios, más del 75% de la población está destinada a una vida de dolor y sufrimiento. En buena parte del planeta, la vida de un hombre es algo así como un recorrido anticipado por el purgatorio y si la cuestión de género sigue siendo un problema en el mundo más civilizado, en el menos, es un obstáculo insalvable que condena a la mujer directamente al infierno más caluroso.

Afganistán es uno de esos lugares donde los derechos individuales han perdido la batalla frente al fanatismo religioso, y ya se sabe, desde los tiempos de la desobediente Eva o la ramera María Magdalena, que la mujer es el eterno pecado carnal que toda religión debe combatir. Para muchas afganas el matrimonio es tan sólo una forma de tortura auspiciada por los varones de su propia familia, que ante la más mínima queja, lejos de intervenir, se apuntan a los golpes. Con un estado incapacitado y una sociedad subyugada por la fe, el suicidio se ha convertido en la única salida para muchas. Y como sí de una macabra representación de su vida se tratara, quemarse viva es la opción elegida por la mayoría.
Zahra también lo intentó, pero afortunadamente falló. Desde los 14 años su matrimonio de conveniencia funcionaba a base de golpes e incluso sus suegros, que de tal palo tal astilla, la intentaron envenenar con matarratas por un conflicto con unas tierras. Pero Zahra tuvo más suerte que las 73 mujeres que se quemaron a lo bonzo en Afganistán el año pasado y un día se cruzó en el camino con Suraya Pakzad.

En una entrevista concedida a ELPAÍS en Madrid, Suraya Pakzad confiesa que cuando viaja por Europa y EE.UU invitada por alguna ONG, piensa en las mujeres que tuvieron que sufrir para que su contemporáneas disfrutaran de la libertad por la que ella lucha ahora en Afganistán. Suraya es natural de Herat y eso es casi lo único que tiene en común con sus vecinas. Para empezar es una mujer culta y sus vecinas, como el 80% de las afganas son analfabetas, una circunstancia que facilita su esclavización. Suraya también fue casada muy joven, pero a diferencia de sus vecinas, su marido se queda en casa cuidando de los hijos mientras ella recorre el mundo publicitando su lucha. Suraya es en definitiva el objetivo de su causa hecho realidad, una mujer liberada que trabaja incansable por la liberación de las demás.
En 1988 creó la Voice of Women Organitazation, una organización que asesora y prepara a las mujeres para el acceso a un trabajo y que cuenta con una red de colegios clandestinos donde centenares de niñas reciben una educación, prohibida para ellas por la ley talibán. Además ejerce como abogada en el tortuoso proceso que supone divorciarse en Afganistán. Gracias a su trabajo, el número de suicidas afganas en Herat se ha reducido paralelamente al aumento de los casos de divorcio.


Una de esas mujeres asesoradas por Suraya es Zahra, que todavía hoy pelea por su libertad. Tras llegar a un acuerdo con su marido, este le concedió el divorcio y la custodia de sus nueve hijos a cambio de que no se volviera a casar. Pero un país donde las mujeres rara vez tienen acceso al mercado laboral, el matrimonio es casi un mecanismo de supervivencia al que Zahra tuvo que volver a recurrir. Cuando su ex marido se enteró, le arrebató a sus hijos.

Mientras apura la taza de café, la periodista de ELPAÍS se pregunta porque una mujer como ella, reconocida por la revista Times como una de las 100 personalidades más influyentes del planeta, no escapa junto con su familia de uno de los lugares más violentos del mundo. Suraya no esconde el miedo, pero confiesa que su libertad depende de un objetivo final que todavía está muy lejos y que le empuja siempre a regresara Afganistán, a pesar de que su rostro hace ya algunos años que está cubierto por una enorme diana. Los talibanes consideran su cabeza como un objetivo prioritario. No en vano, hace no tanto años, era una de las cuatro mujeres más importantes del país, hoy ocupa el primer puesto. Las otras cinco fueron asesinadas.
Meses atras, a pocos metros de su casa, un gobernador de Herat y su hijo adolescente fueron tiroteados a las puertas de su residencia, pero Suraya, más preocupada por la vida de su familia que por la suya propia, aunque temorosa ante un más que probable trágico final, días después de su vivita a España, regresó a su casa de Herat para continuar con una lucha que añora tiempos mejores, donde la opresión y la tortura sólo sean un mal recuerdo del pasado.

Hoy es el Día Internacional contra la Violencia de Género. En lo que va de año 50 mujeres han sido asesinadas en España, la última, hace unas horas.

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