23 septiembre 2009

Carlos Palomino



Parecía que estaba muerto pero sólo estaba tomando cañas al sol. De vuelta al mundo real revivo un blog que casi nadie lee y a menos les importa, como casi todos.

Paseando por Gijón veo en las paredes, en demasiadas, grafiteado: "JosueLibertad". Asturias es un paraíso con un serio problema de plagas.
Ya no me acordaba de este chico acusado de matar a Carlos Palomino, un antifascista adolescente cuya muerte le ha convertido en un mártir, aunque bien poco le importará a él y a su madre en una accidental protagonista, clienta de Ana Rosa.

Es difícil reconocerlo con ese disfraz de niño bien, ocultando su verdadera identidad, creyendo que el pelo largo no deja ver lo rápado de su cerebro. Consejo de su abogado, otro más, supongo. Los dos primeros, referidos a una agresión previa del asesinado al asesino, quedaban en evidencia con el video de seguridad del metro que previsiblemente también derrumbará al tercero, mejor maquinado pero de similar (poca) credibilidad. Nada importa porque el mentiroso ante la ley y siempre que sea el acusado, tiene derecho a mentir con ayuda además de un asesor de leyes ,a menudo a sueldo del Estado. Poco debe ser el castigo o poca la recompensa, una de dos.
A la sombra de niñas muertas y al sol de los focos de la televisión, andan muchos pidiendo cadenas perpetuas y penas de muerte, a un sistema disfuncional en lo práctico pero válido y sólido en lo teórico que nunca debe funcionar a golpe de impulso con la sangre aún caliente. El sino de este país, no es un problema de ideas, es más bien de pasta.

-¡Firmes!-

Los Yesterday chirigoteaban en Cádiz: "estar libre de conciencia, estrecho de parietales, sin estudios ni ambiciones con instintos criminales y dos cacho de cojones". Hace 10 años de esto y por aquél entonces ya el Estado publicitaba con jóvenes modelos de amplia sonrisa, el alma solidaria de las Fuerzas Armadas. Igual de falso que La Caixa.
Hoy persisten en la causa de desempolvar el Ejército hasta con un plumero embarazado (a) que durante un tiempo consiguió sacarle brillo internacional. Sólo era la superficie del problema, el terreno favorito de Zapatero que pronto volvió a llenarse de polvo.
Si el infortunio no hubiera cruzado a Carlos Palomino con Josué, hoy, el presunto asesino estaría enfundado en un mono militar, con la bandera de España en la solapa dispuesto a luchar por Dios, la Patria y el Rey, algo que, sin embargo, no ha merecido comentario alguno ni condena de la Ministra de Defensa.
Si 40 años después de la muerte del Cabrón, las Fuerzas Armadas continúan siendo pasto verde del gusto de cabritos, a los gestos, también necesarios, se les hace aconsejable una buena cortacésped.

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